Una corriente de opinión cada vez más compartida en EE.UU. señala a la codicia como la semilla que engendró la crisis financiera que algunos la califican como la más grave desde la gran depresión de los años 30.
La economía se desarrolla basada en dos grandes pilares: la confianza y la expectativa de obtener beneficios. Esta última se alimenta con el instinto del ser humano por obtener bienes que le aseguren su futuro, lo cual es beneficioso no sólo para el actor, sino para la sociedad toda, pues normalmente para lograr éxito en la tarea se requiere interactuar con otras personas, quienes normalmente se ven favorecidas al participar en la tarea productiva.
La ambición es sana, pues ésta incita al hombre a superar metas y con ello aumentar su autoestima. La ambición no sólo se da en el campo económico, como lo prueba el andinista que arriesga su vida para alcanzar una cima, sino además en el campo espiritual , artístico u otros. Posiblemente, su fin último sea tener el reconocimiento o admiración de sus semejantes.
Algo bastante diferente es la pecaminosa codicia, que incita a la persona en la acumulación irracional de riquezas, sin trepidar si esta acción provee de beneficios a sus semejantes, y sin ningún escrupulo si es que en la búsqueda de sus egoístas fines se daña, se ofende, o se atropella todas las normas que buscan el bien común y el desarrollo armónico de la sociedad.
Distinta es la situación del avaro, quien gasta su vida acumulando riquezas para nunca disfrutarlas, pero si es que producen algún daño, éste es marginal (Paul Samuelsohn los calificaba de débiles mentales, pues no comprendían que acumulando medios no obtenían sus fines).
El daño que ha producido la codicia, esta vez en EE.UU., dejará huellas por un buen tiempo, y es de esperar que tambien enseñanzas. No se puede otorgar créditos por sumas superiores a la capacidad de pago del deudor, por mucho que la tasa de interés sea abusiva. No se debe estimular un endeudamiento para consumos innecesarios, que son incentivados con publicidad que nos quiere hacer creer que las marcas, la lujuria, o la ostentación colmarán nuestros espiritus.
Todo lo anterior es seguramente consecuencia de la pérdida de nuestras escalas de valores y de la inocencia y buenos sentimientos con que nacemos , que como sociedad no somos capaces de mantener durante nuestras vidas, por lo que no toda la culpa es de los economistas.
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