Durante los últimos días hemos visto u oído en todos los medios de comunicación, distintas facetas del gran Papa que hemos perdido; pero, faltó una reseña del que fue su memorable discurso en la Cepal, en el cual fijó un marco ético y moral en el que deben desenvolverse los actores de la economía.
Llamó a los economistas a crear un “círculo virtuoso” de la economía, en el cual crezcan la producción, el empleo, el crecimiento y la equidad. Nos recordó que tras la generalidad de las estadísticas hay un rostro viviente y doloroso, con su pobreza y marginalidad indescriptiblemente concretas.
Recordó el rol subsidiario del Estado, el que no debe suplantar la iniciativa y la responsabilidad que los individuos son capaces de asumir por si mismos, pero debe favorecer los ámbitos de libertad, ordenar su desempeño y velar por el bien común, instando a una decidida cooperación entre la autoridad pública y la iniciativa privada, sin anteponer factores ideológicos a las necesidades de los más pobres e indigentes.
Construid en la región la “Economía de la solidaridad”, Estado y empresa privada están finalmente constituidas por personas, quienes deben actuar en una dimensión ética por imperativo moral, pues “los pobres no pueden esperar”. A la política de creación de empleo debe dársele una prioridad indiscutible, los subsidios en malos momentos son indispensables, pero, en cambio ofrecer trabajo es mover el resorte esencial de la actividad humana, en virtud del cual el trabajador se adueña de su destino y se integra a la sociedad, viviendo no de limosnas, sino del fruto vivo de su esfuerzo. El trabajo estable, más que ningún subsidio es capaz de romper el círculo vicioso de pobreza y marginalidad, y con educación y cultura se tiene la capacidad de dársela también a sus hijos; ésta es la llave maestra del futuro.
Las causas morales de la prosperidad son una constelación de virtudes: laboriosidad, competencia, orden, honestidad, iniciativa, frugalidad, ahorro, espíritu de servicio, cumplimiento de la palabra empeñada, audacia; en suma, amor al trabajo bien hecho. Sin estas virtudes no se puede superar el problema de la pobreza.
El aumento de la población no es el problema. La autoridad no se puede tentar en disminuir los comensales en vez de multiplicar el pan a repartir. No al aborto, sí a la vida, sí a la paternidad responsable.
Me pareció oportuno recordar estas enseñanzas, las que usted no encontrará ni en las fórmulas, ni en las calculadoras financieras
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